RECUERDOS DEL CUARENTA Y TANTOS
Por:Aquilino Gonzalez Podesta
Es un articulo que aparecio en el boletin de la AAT nº44 de julio de 1980, describe un viaje desde chacrita a San Martin, un interesante testimonio para describir este ramal.
Todo tiempo pasado fue mejor.... Cuantas veces hemos oido esas palabras y cuantas las continuaremos oyendo.
Muchas veces resulta ilogico decirlas. Cuantas cosas tenemos ahora que otrora ni soñabamos llegar a poseer.
En esos dias de fin de semana lluviosos, cuando nos quedavamos a ver alguna pelicula en televisión, me pongo a pensar en aquellos años de mi niñez, en que nos pasabamos tardes enteras en aquella piojera que ponposamente llevaba el nombre de REAL PALACE, pero al que nosotros apodabamos el "Tachito".
Si alguien nos hubiera dicho que llegaria el dia en que podriamos quedarnos en casa cuando llueve para ver las cintas, comodamente sin movernos. Bien hubieramos pensado que eso era fruto de la mente de quien hubiera visto mas de cuatro veces aquella fantasiosa y fabulosa pelicula que fue "Lo que Vendra".
Pero, si que eran lindos aquellos tiempos.....
Es que todo cambio tan rapidamente.... ni treinta años pasaron y parecia un siglo. ¡Cuantas cosas nuevas! Pero cuantas cosas que ya no existen....eran lindas ¿EH? nos divertiamos con poco.
Por ejemplo: ir al centro era toda una ceremonia. Y eso que no viviamos en el fin del mundo.
Eramos de Caballito al sur, de Avda la Plata y Asamblea, lindo barrio, comun tal vez, pero lindo en que nace en el.
Todo mi mundo de aquellos diez años, circuscriptos a la primera cuadra de la C/ Estrada, y que grande parecia. Tal vez por eso sea que se disfrutava tanto lo que hoy se valora tan poco.
Una de las cosas que mas deseaba por ejemplo, era ir a ver a la Tia Serafina. Para mi era como ingresar en los preparativos de toda una expedición.
Era una prima segunda de mi mama que vivia en San Martin, para ser mas precisos en Villa Progreso. Ya desde dias anteriores comenzavan los preparativos, y mis rezos para que no lloviera.... Por supuesto que dos o a lo sumo tres dias antes, no tenia que disgustar a nadie,hacer los deberes ligerito y bien, para evitar por todos traer una mala nota y desfondar ningun pantalon jugando en la calle, ¡ a ver si no me llevaban!.
Varios atractivos tenia para mi aquel viaje, pero de todos uno me fascinaba. Y.....desde chico me tiraban. Me refiero al viaje en los tranvias de Lacroze.
Generalmente la visita la haciamos en primavera o en otoño, de manera de no tener mucho mal tiempo, y los dias suficientemente largos como para que valiera la pena.
Para llegar a Chacarita, tomabamos la Metropol, era el Omnibus 65. Sus coches eran enormes, corpulentos y veloces, de color marfil, igual que los tranvias, contrastaban con los enclenques verdes de la 12 de octubre, que tambien (y al igual que hoy) circulaban por avda La Plata, casi siempre llenos.
El viaje a Chacarita no resultaba para nada atractivo, sobre todo para mi mama, que ademas de cuidarme a mi, tenia que cuidarse ella y la serie de paquetes que indefectiblemente llevaba a su visitada. Sino conseguiamos asiento al llegar a Rivadavia, en que muchos se bajaban para canviar al subterraneo, seguro que parados seguiriamos hasta nuestro destino.
Chacarita era un loquero, siempre lo fue. Entre la gente que iba al cementerio, los que trasbordaban al subte, los que cambiaban de linea, en fin, un mundo de gente en un mar de flores, y en medio de todo, la estación LACROZE.
Era muy diferente al actual. Se componia de un largo edificio afrancesado con un anden a cada lado, uno sobre la playa de maniobras destinado al arribo y partida de trenes generales, y el otro, del lado del cementerio cercado por una reja, utilizado como circulacion entre las oficinas. Ambos estaban techados por la clasica galeria ferroviaria.
Unos metros hacia la entrada en medio de ambos andenes. Bordeado de paraisos, estaba la confiteria, edificio cuadrado que mas parecia un kiosko gigantesco.
El tranvia no partia de ella, sino del otro lado de la calle, de una estacion anexa compuesta de un par de aleros de hormigon de una media cuadra de largo que se extendian a lo largo de las vias tranviarias que tras cruzar Federico Lacroze, continuaban hasta Jorge Newbery.
Cercados por la clasica reja de la compañia. El sector de los pasajeros ocupaba el sitio en que hoy se encuentra el centro comercial. Mas hacia el fondo, un tinglado a dos aguas oficiaba de taller, y todo el espacio cercado, era una "Exposicion Tranviaria" en que se sucedian motores y acoplados ya esperando turno de salida, ya en reparacion o bien descansando sus trajinados huesos.
Un tablerito luminoso, indicaba la hora de partida y destino. No eran muchos: San Martin; Lourdes;Km 18; o Campo de Mayo.
A mi me gustaba viajar en el acoplado, porque era muy lindo ver como el coche delantero se recostaba hacia un lado u otro al tomar las curvas. Pero mi mama queria siempre ir adelante, porque era mas comodo para dode debiamos bajar.
Los coches de riguroso color verde oliva, eran grandes, distintos, majestuosos. Al menos asi me parecian. Con once ventanillas por lado, los habia de dos maneras: los que las tenian rectas al igual que los tranvias comunes, y los que las tenian terminadas en un arco que las tomaban de a dos, salvo las centrales que eran tomadas de a tres.
Entrando por sus preciosas plataformas tenia la impresion de encontarme en un palacio sobre ruedas y en cierta forma lo eran.
Solo la marqueteria y molduras que ceñian las puertas corredizas, llamaban la atencion al mas distraido. El techo abovedado, le daba un cierto aire eclesiastico y remataba en un linternon central que corria a todo lo largo del coche, cuyas banderolitas eran rectas o en arco, siguiendo el estilo de las ventanillas, y el cielo raso, ricamente decorado con marqueteria de madera finas.
Se encontraba ya deteriorado por el paso de los años, aunque denunciando el lujo que habia ostentado años atras. Una cornisa torneada decoraba la arista de union entre techo y linternon y servia de apoyo a las lamparas, coquetamente enmarcadas en una especie de flor cuyos petalos conformaban estilizados rizos metalicos.
Generalmente los asientos ya eran de madera terciada, aunque a veces nos tocaba un coche que conservaba los primitivos de esterilla.
Hubicado en el 1er asiento, aguardaba con impaciencia aferrado al comodo apoyabrazos de la ventanilla, el pitazo de partida. Es que asi empezaban los atractivos: aquellos tranvias no campaneaban, ¡ Pitaban! .
Llegada la hora, y en marcha!, a no ser por el distinto "cantar" de las ruedas (8 en lugar de 4).
Los primeros metros no tenian mucho que destacar. Cruzando Federico Lacroze, comenzabamos a circular junto a la estacion Mayor, del lado del anden cercado, hasta que, llegando a una curva en "S" que nos permitia sortear la rampa del subterraneo, entrabamos a marcha lenta a traquetear en un intrincado enjambre de cambios de la playa del ferrocarril, hasta que, una vez traspuesta la Avda El Cano tomamos velocidad en busca de la 1era parada: Paternal.
Cruzada la Avda Del Campo empezabamos a rozar los fondos de las casas, tan cerca quedaba la impresion que estirando el brazo podriamos alcanzar algun higo o espantar una gallina. Esto duraba poco, enseguida estabos al descampado y en otra parada: Arata aqui comienza la parte mas bonita del recorrido.
Todo aquel palacio se ponia realmente en movimiento. Y vaya si se movia.....habia alli cabeceos, rolidos y cuanto balanceo pueda imaginarse.
Pero tan suave todo..... La blandura de los rieles acompañaba a la perfeccion aque galope corto con instinto fiel.... ¡que panoramas! prados, viñedos, alfalfares, vacas, ovejas. Todo nuestro campo resumido en aque lugar. Muchas veces he cruzado la facultad de agronomia, muchas, pero nunca mas he vuelto a gustarla, como desde las ventanillas de aquellos tranvias.
Seguian las paradas: Agronomia, Beiro, El Talar, Avda San Martin. Todas iguales: un trozo de vereda a modo de anden y un cobertizo de madera y chapas que mas que tal semejaba un retrete, y una placa de fundicion coronada por un arco con el monograma F.C.C.B.A. bajo el cual figuaraba en nombre del lugar.
Devoto era distinta, una estacion con todas las de la ley: arboles en el anden, sala de espera, jefe, cargas, telegrafo y todo!! casi casi, el tranvia le quedaba chico.
De Beiro en adelante era como volver al tranvia comun ya que corria por el medio de la c/Gutenberg hasta llegar a Avda America, parada practicamente colgada del terraplen que alli tenia la via.
Y luego: ¡El Maremagnum! como jugando a las escondidas, el tranvia comenzaba a correr entre vagones de carga y trasponiendo el seudo tunel de la Avda Genaral Paz, llegaba hasta torear alguna locomotora de vapor. Villa Lynch.
Todo aquel marco no hacia mas que rubricarnos que habiamos entrado en la provincia.
Ahora dejabamos la via principal para desviarnos a la derecha circulando entre galpones del ferrocaril. Cuando nos desenbarazabamos de estos, pasabamos a correr junto a una calle de tierra. Veiamos casitas bajas, con parrales, bancos en las puertas y jardines con limoneros.
¡ Villa Progreso !, llegamos. Pero no nos bajabamos. Lo haciamos en la siguiente parada, Roma, que nos quedaba mas cerca.
Mi mama tenia razon. Bajandonos por delante, descendiamos en el pequeño anden, pero los del acoplado tenian que hacerlo en los pastizales que bordean la via.
Al llegar a nuestro destino, luego de un accidentado y divertido subir y bajar por desparejas veredas de ladrillos. La buana de Serafina nos recibia a gritos desde el patio. Mientras ellas se metian en la cocina a conversar, yo me iba a jugar. El patio tenia un par de curiosidades de las que dificilmente podia yo gustar en Caballito: Un aljibe y un pozo, el 1ero al pie de una columna de la galeria era un tanque de material en el que terminaba el caño de desague de la canaleta del techo, con un codo movil que permitia echar fuera el agua primera hasta que se lavaban las chapas. El pozo en cambio tenia un brocal sencillo de hierro pero profusamente engarzado de claveles del aire.
Cuando Serafina venia por agua para hacer el cafe, me daba la impresion de ver una escena que unicamente habia visto en las estampas del Billiken, despues de la leche, con el crepusculo emprendiamos el regreso. No ibamos solos. Serafina nos acompañaba hasta el tranvia, llevabamos un clasico regalo: Una gallina que nos daba en una bolsa de feria, cuya cabeza iba fuera pero que escondiamos cuidadosamente al subir y hasta que pasara el guarda con su talonario de boletos de 12 centavos.
Asi ya oscureciendo, con el panorama cambiado por un negro contraluz salpicado de lucecitas que se movian al compas de nuestro tranvia, terminaba otro de aquellos memorables safaris, al otro lado de la Avda General Paz.